lunes, 8 de octubre de 2007

Los misterios del verbo continuar

Miré por la ventana, alguna nube aislada pasaba por el incansable cielo, pero no parecía amenazar lluvia alguna, así que decidí salir en mangas de camisa. Agarré el maletín, giré el pomo y salí corriendo por las escaleras. Al llegar abajo le pedí al botones que me sacara el coche (esta vez no le di propina, no es que sea un áspero tiñoso, pero no siempre hay que estar soltando la guita).
Salí pitando de allí, pero, qué poco sorpresivo, había atasco en Joaquín Costa. No fue muy prolongado, pero sí lo suficiente para perder cinco valiosos minutos.
Llegué a Barajas y pensé: "¿Y a que hora tenía que estar yo aquí? ¿En qué terminal? (y como dice la canción "Marieta" de Krahe, "y yo allí con mi maletín como un gilipollas...")". Pero parecía ser que mi pagador era un hombre oportunista y fue en ese momento cuando sonó el teléfono. Contesté con un amistoso: "Dime", no había mirado siquiera quién era, pero era tan fácil de imaginar... tan fácil que no me equivocaba. Simplemente me dijo "Entrada de la T4 en ocho minutos". Soy un hombre que aprende de los errores, me abstuve de darle conversación inútil. Salí del coche y me fui a la entrada de la T4, que, casualmente, no quedaba demasiado lejos. Pero... ¿qué hacía yo allí? ¿Esperaba a alguien? ¿No? Esperaba que sonara el teléfono, pero esta vez no lo hizo, así que me quedé allí plantado, con mi estatura sobresaliente del resto, así que me agaché un poco para no destacar.
Después de esperar un rato, estaba ganando la paciencia que siempre me había faltado, un hombre de pequeña estatura, delgado, bigote, sombrero de hongo, chaqueta oscura... un "dandy" en toda regla. No me dijo nada, por lo que supuse que yo tampoco tenía que decirle nada, me entregó un papel en el que ponía: "Jamás estuviste aquí, vuelve a casa". ¿Pero de qué iba esto? ¿Me estaban tomando el pelo o me estaba volviendo loco?
Como ya no sabía qué pensar, ni siquiera sabía si me acordaba de cómo se pensaba o de qué era ese magnífico verbo, volví al hotel. Al llegar había una pintada en la puerta de mi habitación: "GO OUT!" y todo revuelto por dentro. Parecía que alguien me estaba buscando, y por sus formas de dármelo a entender no parecía demasiado educado, y posiblemente tampoco español. Me quedaba la opción de regresar a casa, y ante la duda, lo hice.
La casa volvía a tener puerta, ¿yo la había puesto? No lo recordaba, ni tampoco recordaba haber estado ebrio de licores... Entré, y mi cara era digna de admiración, todo un poema de Manuel Machado...

Cada uno de estos capítulos, junto a otros más, hasta finalizar la historia, se publicarán en un tiempo. Ya avisaré cuando.

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