jueves, 4 de octubre de 2007

Continuando... que es gerundio

Tras contarme todo, el hombre se dispuso a marcharse, me entregó un maletín, pero esta vez sí que me estrechó la mano, mi primer ademán fue el de retirársela, como ya antes él había hecho, pero decidí guardar mis malos modales para otro momento. Manos estrechadas, empezó a caminar hacia la puerta. Con la puerta entreabierta y medio cuerpo en la calle, se dio la vuelta y me gritó: "No se le ocurra abrir la maleta ni enseñársela a nadie..." ¿Por qué no podría enseñarsela a nadie ni verla? No soy muy de darle vueltas a la cabeza, así que decidí dejar de hacerme preguntas y hacerle caso. Al fin y al cabo el dinero que estaba percibiendo era suyo. Me dispuse a salir con mi maletín en la mano; la camarera me llamó mi atención: "¿Caballero, a dónde cree usted que va?" ¡No me había acordado!, tenía que pagar... así lo hice.
Decidí coger el metro en Puerta del Sol, realmente no es que mi casa, en la calle de Relatores (cerca de Tirso de Molina), quedara muy lejos de allí, pero no me apetecía gastar la suela de los zapatos. Allí en el metro desconfiaba de todo el mundo, desconfiaba del rumano que tocaba el acordeón, de la señora embarazada que llevaba a su hijo en brazos, del ciego que pululaba de un lado a otro... nada era de fiar, la maleta me hacía más escéptico, más subversivo... era como un frío y calculador francotirador. O yo, o yo. Llegué por fin a Tirso de Molina y bajé, salí de la estación, con los ojos puestos en cualquiera que por allí pasara, un inmigrante, me atrevería a decir que hindú, se me quedó mirando, así que me apresuré en marcharme de allí. Mi maleta me estaba haciendo perder el juicio. Por la calle, más de lo mismo, me aferraba a mi maletín, como el niño que se agarra a su osito de peluche para conciliar el sueño, intentando evitar que nadie se lo quite. Pero el tacto del cuero, no me daba ningún cariño, más bien todo lo contrario. Me corroía la intriga, pero a la vez el miedo. ¿Por qué habría aceptado el trato...?
Llegué a mi portal, intentando evitar las miradas indiscretas de mis vecinos, y en especial de la portera, doña Engracia. "Buenos días, doña Engracia, perdone que no me pare, pero tengo un poco de prisa". Me imagino que se quedaría sorprendida, porque siempre suelo pararme a departir con ella y no suelo ir vestido de punta en blanco y con un maletín bajo el brazo. Subí a mi piso, no me fiaba del ascensor, así que opté por darle vida a mis apoltronadas piernas. Pero al llegar a la puerta, descubrí que no había puerta tal y como la conocemos. Sí, el hueco seguía ahí, pero no así la madera... alguien estaba buscando algo...

Seguirá continuando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Paseando, paseando (desde el cajón? desde la madrileña?...)llego hasta aquí y he leido tu blog, no participo en la encuesta porque no sabría como calificarlo pero vamos que no me deja indiferente.
Tu continuará y que me ha gustado lo que escribes me va a obligar a volver, gustosamente desde luego.

nos leemos otrá vez,