Se nos avecina un nuevo mes, nuevas sensaciones, nuevos momentos... Como dijo da Vinci, vamos a sacudir las telarañas de nuestra cabeza, y vamos a convertir los pequeños propósitos ("este mes dejo de fumar", "voy a empezar a hacer deporte"...) en grandes realidades. Ya lo dice el refrán, "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". ¿Y qué mejor mes que el frío noviembre para plantearse cambiar de aires? El fresquito nos despeja mente y clarifica nuestras ideas. Luego, en casa, con la calefacción o la chimenea (para los que, de vez en cuando, podemos disfrutar de ella), ya se reblandecerán por sí solas. Los y las (porque he de reconocer que en general me leéis mujeres, a las que os estoy cogiendo un cariño especial, sin generalizar) sabéis que a pesar de mi corta edad (y creo que aún no la he revelado, pero seguiré sin desvelarla, si alguien quiere cavilar sobre ella, tiene mi permiso) me gusta mucho la poesía, en especial sonetos. Y como acostumbro, escribiré uno sencillito (que tengo poco tiempo). Se lo voy a dedicar a todos mis lectores que me siguen frecuentemente (y a los que no). Para todos vosotros.
Noviembre sin en el anonimato
Jueves, no tejas telas de almohada
ni arrojes todo tu ajuar por el cielo,
recambia simplemente la mirada
o córtate ya de una vez el pelo*
Jueves, viene la vida y su tabú
frío, diría gélido; no llores,
no seas de imitación, eres tú,
jueves, difunto mío, traigo flores.
Jueves, empezando por un principio,
¿por qué alguien tuvo que inventar el fin?
¿no puede ser noviembre un vulgar ripio?
Para banal tu vida sin hollín,
insustancial, ¿puede ser este trato?
Un noviembre sin el anonimato.
* Un propósito muy español.
Deja tu huella en este noviembre, seguro que todo cambio será para bien.
martes, 30 de octubre de 2007
domingo, 28 de octubre de 2007
La violencia
Ya desde tiempos inmemoriales ha existido la violencia en el mundo humano: Caín mató a Abel, las guerras, el terrorismo... son aspectos que han convivido o conviven (y probablemente convivirán) con el ser humano. Nadie puede negarse a aceptar que por sus venas y arterias corren sangre, adrenalina y violencia. De haber alguien así, yo, personalmente, no podría calificarle como humano, porque el uso de la fuerza bruta es un rasgo caracterizador. En definitiva, somos el único animal que saca partido a la violencia de manera no provechosa, sino aprovechada. Con esto quiero decir (expondré un ejemplo, que siempre se entienden mejor): un león no mata a su presa por puro divertimento, sino para poder alimentarse, en cambio el hombre sí que lo hace como lo que podríamos calificar de ocio.
Hace pocos días ha salido a la luz un vídeo de una cámara de seguridad del metro de Barcelona. En ella se veía como un joven (incluso me atrevería a decir, por vestimentas, formas de actuar y peinado, un pronazi) agredía a una joven sudamericana mascullando unas palabras, que según los lectores de labios significaban algo como: "Sudaca de mierda, yo le corté la cabeza a Mohamed, todos los iguales como tú no deberíais estar aquí". Parece que el chico estaba algo pasado de alcohol, pero no era la primera vez que lo hacía. Discrepo. Estudiando la escena creo que dijo algo como: "Sudaca de mierda, te voy a matar como hice con Mohamed, vete a tu país de mierda a robarle el trabajo a los putos simios como tú". Tachado muy correctamente de racismo. Pero el racismo existe desde hace muchos años, ¿y por qué combatirlo ahora? Era una labor de hace varios años. Los grupos, pronazis, skinheads... deberían ser borrados del mapa. ¿Pero qué me dicen de Latin Kings, Ñetas...? ¿No sería racismo las acciones que perpetran contra ciudadanos españoles?
A mí, personalmente, me parece que la prensa que se le está dando es excesiva. Lo más facil es enviar al tal Sergi Xavier a la cárcel, y que se pudra en un calabozo. Difundir las imágenes, no sólo supone un alto riesgo para el chico, sino que también terminará con un choque entre hispanos y españoles (¿Tercera Guerra Mundial?). Así, también me gustaría añadir, que hace no mucho un taxista inmigrante fue matado, y la noticia se perdió, un chico murió al intentar defender a una chica en el metro y no se ha vuelto a hablar de ello... Así numerosos sucesos de los que apenas se hace prensa. ¿Por qué de este sí? Demasiado poder de la imagen...
Hace pocos días ha salido a la luz un vídeo de una cámara de seguridad del metro de Barcelona. En ella se veía como un joven (incluso me atrevería a decir, por vestimentas, formas de actuar y peinado, un pronazi) agredía a una joven sudamericana mascullando unas palabras, que según los lectores de labios significaban algo como: "Sudaca de mierda, yo le corté la cabeza a Mohamed, todos los iguales como tú no deberíais estar aquí". Parece que el chico estaba algo pasado de alcohol, pero no era la primera vez que lo hacía. Discrepo. Estudiando la escena creo que dijo algo como: "Sudaca de mierda, te voy a matar como hice con Mohamed, vete a tu país de mierda a robarle el trabajo a los putos simios como tú". Tachado muy correctamente de racismo. Pero el racismo existe desde hace muchos años, ¿y por qué combatirlo ahora? Era una labor de hace varios años. Los grupos, pronazis, skinheads... deberían ser borrados del mapa. ¿Pero qué me dicen de Latin Kings, Ñetas...? ¿No sería racismo las acciones que perpetran contra ciudadanos españoles?
A mí, personalmente, me parece que la prensa que se le está dando es excesiva. Lo más facil es enviar al tal Sergi Xavier a la cárcel, y que se pudra en un calabozo. Difundir las imágenes, no sólo supone un alto riesgo para el chico, sino que también terminará con un choque entre hispanos y españoles (¿Tercera Guerra Mundial?). Así, también me gustaría añadir, que hace no mucho un taxista inmigrante fue matado, y la noticia se perdió, un chico murió al intentar defender a una chica en el metro y no se ha vuelto a hablar de ello... Así numerosos sucesos de los que apenas se hace prensa. ¿Por qué de este sí? Demasiado poder de la imagen...
martes, 23 de octubre de 2007
Porque la vida es egregia
Felicitaba hoy un cumpléaños con la típica frase: "Que cumplas muchos más". "Esperemos que no" me contestó. ¿Cómo? ¿Acaso no tienes esa ilusión de vivir? Creo que la concepción de la vida como un valle de lágrimas se terminó allá por el medievo. Para todos aquellos que rehusan de cumplir años, que no disfrutan de la vida, y que creen que envejecer es un punto de partida hacia la imperfección (y de hecho lo es, pero física, la menos importante) va dedicado este soneto.
Porque la vida es egregia
Tampoco estaría tan mal la vida
como un esperpento de Valle-Inclán,
distorsionando realidad temida
no sería el mundo tan talibán...
Fuese hoy frío "Martes de Carnaval"
espantando la insipidez del hombre
con máscara de mártir monacal:
la vida no se creó para el pobre.
Pobre de espíritu, aventurándome
que a veces fallece susurrándome
una frase indolente y general.
No me esboces esas falsas sonrisas
que mueren en la costa con la brisa,
porque viviendo no se está tan mal.
Porque la vida es egregia
Tampoco estaría tan mal la vida
como un esperpento de Valle-Inclán,
distorsionando realidad temida
no sería el mundo tan talibán...
Fuese hoy frío "Martes de Carnaval"
espantando la insipidez del hombre
con máscara de mártir monacal:
la vida no se creó para el pobre.
Pobre de espíritu, aventurándome
que a veces fallece susurrándome
una frase indolente y general.
No me esboces esas falsas sonrisas
que mueren en la costa con la brisa,
porque viviendo no se está tan mal.
domingo, 21 de octubre de 2007
Poción de brujas
Parece que hoy empieza a hacer un poco más de frío. El invierno (aunque estemos en otoño) se nos echa encima, así que habrá que darle la bienvenida.
Poción de brujas
Carne de cadáver y trapisonda,
bailando sobre el mar Mediterráneo
que silba su poesía en cada onda
y arranca los pensamientos del cráneo.
Vísceras de cabra y arrinconado,
cantando en cada rama del nogal
a Napoleón, un verso robado
de la raya de su mundo transversal.
Zapatilla y traje de ejecutivo,
tirando el tafilete por visón
a vivos de las llamas del infierno.
Remiendos de corazón, flecha de Ivo,
y por la ventana su acordeón
dándole la bienvenida al invierno.
Poción de brujas
Carne de cadáver y trapisonda,
bailando sobre el mar Mediterráneo
que silba su poesía en cada onda
y arranca los pensamientos del cráneo.
Vísceras de cabra y arrinconado,
cantando en cada rama del nogal
a Napoleón, un verso robado
de la raya de su mundo transversal.
Zapatilla y traje de ejecutivo,
tirando el tafilete por visón
a vivos de las llamas del infierno.
Remiendos de corazón, flecha de Ivo,
y por la ventana su acordeón
dándole la bienvenida al invierno.
jueves, 18 de octubre de 2007
La máquina que cambió el mundo
Se ha hablado mucho de la imprenta de Gutemberg, la sembradora de Jethro Tull (a muchos les sonará, pero musicalmente hablando, uno de los mejores grupos de la historia), la máquina de vapor de Watt, la lanzadera volante de John Kay (una gran innovación en el mundo textil), las cámaras de fotos de Charles y Vincent Chevalier, usada por primera vez por Joseph-Nicéphore Niépce, la televisión de ¿Paul Nipkow? y el ordenador de ¿Howard Aiken? (mucho jugo tiene este tema de los ordenadores, porque es su inventor es casi desconocido). Y un invento muy curioso, sin el que, yo creo, nuestras vidas serían mucho más difíciles, como es el retrete, inventado a finales del siglo XVI por el británico John Harrington.
¿Pero cuál ha sido el invento que cambió el mundo? Parece ser que ninguno de estos ha cambiado el mundo en una gran medida. Podríamos vivir sin ellos. Pero es otro invento, bastante reciente (puede resultar irónico), como es el coche. El coche, algo que nos parece tan normal, ha cambiado bastante el funcionar de esta nuestra sociedad (plagiando estructuras oracionales soy un semi-dios, ¿eh?). De hecho hay una novela con el mismo título de este "articulillo". Ha cambiado todo, para bien y para mal:
- Desde el ámbito económico, encareciendo el precio del petróleo y a su vez el del transporte, que indirectamente ha aumentado el precio de ciertos productos. A su vez, los impuestos han aumentado debido al pago de ciertas infraestructuras y motivos de seguridad. En cuanto a lo positivo, el comercio se desarrolla en gran medida, y ha ayudado mucho al desarrollo del comercio interior. Ha ayudado a crear puestos de empleo notables y es uno de los sectores pioneros en la libre competencia.
- Desde el ámbito social, ha sido una de las mayores cosas que ha influído en la personalidad, seriedad y éxito de una persona. Digamos que es un medio para crear una u otra personalidad. Sin embargo, esto se cobra muchas vidas en las carreteras. En ciertas guerras, el coche ha sido una gran ayuda (de esto dudo su validez o maldad).
En conclusión, es bastante posible que el coche sea el invento más influyente en la persona, y sin el que posiblemente no podríamos vivir.
¿Pero cuál ha sido el invento que cambió el mundo? Parece ser que ninguno de estos ha cambiado el mundo en una gran medida. Podríamos vivir sin ellos. Pero es otro invento, bastante reciente (puede resultar irónico), como es el coche. El coche, algo que nos parece tan normal, ha cambiado bastante el funcionar de esta nuestra sociedad (plagiando estructuras oracionales soy un semi-dios, ¿eh?). De hecho hay una novela con el mismo título de este "articulillo". Ha cambiado todo, para bien y para mal:
- Desde el ámbito económico, encareciendo el precio del petróleo y a su vez el del transporte, que indirectamente ha aumentado el precio de ciertos productos. A su vez, los impuestos han aumentado debido al pago de ciertas infraestructuras y motivos de seguridad. En cuanto a lo positivo, el comercio se desarrolla en gran medida, y ha ayudado mucho al desarrollo del comercio interior. Ha ayudado a crear puestos de empleo notables y es uno de los sectores pioneros en la libre competencia.
- Desde el ámbito social, ha sido una de las mayores cosas que ha influído en la personalidad, seriedad y éxito de una persona. Digamos que es un medio para crear una u otra personalidad. Sin embargo, esto se cobra muchas vidas en las carreteras. En ciertas guerras, el coche ha sido una gran ayuda (de esto dudo su validez o maldad).
En conclusión, es bastante posible que el coche sea el invento más influyente en la persona, y sin el que posiblemente no podríamos vivir.
sábado, 13 de octubre de 2007
Fusilando a la bandera
Creo que ya ha llegado a todos nuestros oídos la maravillosa idea de nuestro presidente de quitar toda bandera o icono relaccionado con España. ¿Entonces como voy a recordar yo todos los días, cada vez que mire a la Plaza de España, en qué país vivo? Critiquemos.
Fusilando a la bandera
Sopla el huracán dirección Azores,
se lleva por delante las banderas
que fueron destiñendo sus colores,
y ríe un presidente de madera...
Se ha comido las migas del camino
que tiró el gualda con su hermana "Gretel",
lo abandonó en las aspas del molino
y se olvidó el amarillo en el Lete.
No queda más que un mástil oxidado,
da lugar al mísero desconcierto:
la anarquía quema fotos del rey
Los votantes, creo yo, han sido drogados,
miedosos de carabina de tuerto.
Jodiendo de malos modos la ley...
viernes, 12 de octubre de 2007
Ex-narradores
"El Narrador"
Ya lo dijo Walter Benjamin hacia 1930: "Cada vez es más raro encontrar a alguien que sepa contar algo bien, la causa de este fenómeno es evidente: la experiencia está en trance de desaparecer."
¿Y dónde está esa experiencia? Encerrada en los asilos o viviendo sola. Y mientras tanto, el hombre, ese animal narrador, va perdiendo esa facultad por la que siempre se había caracterizado en el mundo animal, y somos incapaces de narrar cualquier hecho. Y peor es, que ya no nos interesa escuchar las historias, ahora sólo hablamos, y lo peor, muchas veces sin saber.
Todavía recuerdo las historias de mi abuelo (en paz descanse), cuando las escuchaba con una pasmosa atención, no me gustaba perder detalle, porque me parecía muy interesante todo lo que sabía. Hoy en día veo a mi prima de diez años (la pongo como ejemplo cercano) y es incapaz de escuchar una historia de mi abuela (y no es que mi abuela no las sepa contar, de vez en cuando a mí me gusta parar a escucharla...). Me veo a mi abuela soltando sus palabras para que se pierdan en la atmósfera (quizá, recemos por que lleguen a la exosfera y no se pierdan en el espacio sin que nadie las escuche). Y la juventud, como no (y es mi generación, y cada día me encuentro más desencantado con ella, porque encuentro más defectos que virtudes), con el mando de la tele de la mano, la PSP (ya se quedaron atrás las Game Boys que tanto me fascinaron cuando salieron sin un ápice de color.)...
A mí, como joven, no influyente, y creo que eso es mucho mejor, para que se vea que soy un hombre de la calle, me gustaría animar a todo el mundo a escuchar las "batallitas" de los abuelos, que no son unos "carcas" y se pueden descubrir muchas cosas. Y también es algo para fijarse en cómo narran, siempre se puede aprender.
¿Y dónde está esa experiencia? Encerrada en los asilos o viviendo sola. Y mientras tanto, el hombre, ese animal narrador, va perdiendo esa facultad por la que siempre se había caracterizado en el mundo animal, y somos incapaces de narrar cualquier hecho. Y peor es, que ya no nos interesa escuchar las historias, ahora sólo hablamos, y lo peor, muchas veces sin saber.
Todavía recuerdo las historias de mi abuelo (en paz descanse), cuando las escuchaba con una pasmosa atención, no me gustaba perder detalle, porque me parecía muy interesante todo lo que sabía. Hoy en día veo a mi prima de diez años (la pongo como ejemplo cercano) y es incapaz de escuchar una historia de mi abuela (y no es que mi abuela no las sepa contar, de vez en cuando a mí me gusta parar a escucharla...). Me veo a mi abuela soltando sus palabras para que se pierdan en la atmósfera (quizá, recemos por que lleguen a la exosfera y no se pierdan en el espacio sin que nadie las escuche). Y la juventud, como no (y es mi generación, y cada día me encuentro más desencantado con ella, porque encuentro más defectos que virtudes), con el mando de la tele de la mano, la PSP (ya se quedaron atrás las Game Boys que tanto me fascinaron cuando salieron sin un ápice de color.)...
A mí, como joven, no influyente, y creo que eso es mucho mejor, para que se vea que soy un hombre de la calle, me gustaría animar a todo el mundo a escuchar las "batallitas" de los abuelos, que no son unos "carcas" y se pueden descubrir muchas cosas. Y también es algo para fijarse en cómo narran, siempre se puede aprender.
lunes, 8 de octubre de 2007
Los misterios del verbo continuar
Miré por la ventana, alguna nube aislada pasaba por el incansable cielo, pero no parecía amenazar lluvia alguna, así que decidí salir en mangas de camisa. Agarré el maletín, giré el pomo y salí corriendo por las escaleras. Al llegar abajo le pedí al botones que me sacara el coche (esta vez no le di propina, no es que sea un áspero tiñoso, pero no siempre hay que estar soltando la guita).
Salí pitando de allí, pero, qué poco sorpresivo, había atasco en Joaquín Costa. No fue muy prolongado, pero sí lo suficiente para perder cinco valiosos minutos.
Llegué a Barajas y pensé: "¿Y a que hora tenía que estar yo aquí? ¿En qué terminal? (y como dice la canción "Marieta" de Krahe, "y yo allí con mi maletín como un gilipollas...")". Pero parecía ser que mi pagador era un hombre oportunista y fue en ese momento cuando sonó el teléfono. Contesté con un amistoso: "Dime", no había mirado siquiera quién era, pero era tan fácil de imaginar... tan fácil que no me equivocaba. Simplemente me dijo "Entrada de la T4 en ocho minutos". Soy un hombre que aprende de los errores, me abstuve de darle conversación inútil. Salí del coche y me fui a la entrada de la T4, que, casualmente, no quedaba demasiado lejos. Pero... ¿qué hacía yo allí? ¿Esperaba a alguien? ¿No? Esperaba que sonara el teléfono, pero esta vez no lo hizo, así que me quedé allí plantado, con mi estatura sobresaliente del resto, así que me agaché un poco para no destacar.
Después de esperar un rato, estaba ganando la paciencia que siempre me había faltado, un hombre de pequeña estatura, delgado, bigote, sombrero de hongo, chaqueta oscura... un "dandy" en toda regla. No me dijo nada, por lo que supuse que yo tampoco tenía que decirle nada, me entregó un papel en el que ponía: "Jamás estuviste aquí, vuelve a casa". ¿Pero de qué iba esto? ¿Me estaban tomando el pelo o me estaba volviendo loco?
Como ya no sabía qué pensar, ni siquiera sabía si me acordaba de cómo se pensaba o de qué era ese magnífico verbo, volví al hotel. Al llegar había una pintada en la puerta de mi habitación: "GO OUT!" y todo revuelto por dentro. Parecía que alguien me estaba buscando, y por sus formas de dármelo a entender no parecía demasiado educado, y posiblemente tampoco español. Me quedaba la opción de regresar a casa, y ante la duda, lo hice.
La casa volvía a tener puerta, ¿yo la había puesto? No lo recordaba, ni tampoco recordaba haber estado ebrio de licores... Entré, y mi cara era digna de admiración, todo un poema de Manuel Machado...
Cada uno de estos capítulos, junto a otros más, hasta finalizar la historia, se publicarán en un tiempo. Ya avisaré cuando.
Salí pitando de allí, pero, qué poco sorpresivo, había atasco en Joaquín Costa. No fue muy prolongado, pero sí lo suficiente para perder cinco valiosos minutos.
Llegué a Barajas y pensé: "¿Y a que hora tenía que estar yo aquí? ¿En qué terminal? (y como dice la canción "Marieta" de Krahe, "y yo allí con mi maletín como un gilipollas...")". Pero parecía ser que mi pagador era un hombre oportunista y fue en ese momento cuando sonó el teléfono. Contesté con un amistoso: "Dime", no había mirado siquiera quién era, pero era tan fácil de imaginar... tan fácil que no me equivocaba. Simplemente me dijo "Entrada de la T4 en ocho minutos". Soy un hombre que aprende de los errores, me abstuve de darle conversación inútil. Salí del coche y me fui a la entrada de la T4, que, casualmente, no quedaba demasiado lejos. Pero... ¿qué hacía yo allí? ¿Esperaba a alguien? ¿No? Esperaba que sonara el teléfono, pero esta vez no lo hizo, así que me quedé allí plantado, con mi estatura sobresaliente del resto, así que me agaché un poco para no destacar.
Después de esperar un rato, estaba ganando la paciencia que siempre me había faltado, un hombre de pequeña estatura, delgado, bigote, sombrero de hongo, chaqueta oscura... un "dandy" en toda regla. No me dijo nada, por lo que supuse que yo tampoco tenía que decirle nada, me entregó un papel en el que ponía: "Jamás estuviste aquí, vuelve a casa". ¿Pero de qué iba esto? ¿Me estaban tomando el pelo o me estaba volviendo loco?
Como ya no sabía qué pensar, ni siquiera sabía si me acordaba de cómo se pensaba o de qué era ese magnífico verbo, volví al hotel. Al llegar había una pintada en la puerta de mi habitación: "GO OUT!" y todo revuelto por dentro. Parecía que alguien me estaba buscando, y por sus formas de dármelo a entender no parecía demasiado educado, y posiblemente tampoco español. Me quedaba la opción de regresar a casa, y ante la duda, lo hice.
La casa volvía a tener puerta, ¿yo la había puesto? No lo recordaba, ni tampoco recordaba haber estado ebrio de licores... Entré, y mi cara era digna de admiración, todo un poema de Manuel Machado...
Cada uno de estos capítulos, junto a otros más, hasta finalizar la historia, se publicarán en un tiempo. Ya avisaré cuando.
sábado, 6 de octubre de 2007
Pagando mis condenas
Pagando mis condenas
Cayeron a pedazos mis mentiras
por arte de la manzana de Newton,
sonidos de cadáver cuando expira
y tacto del dilema de tu busto.
Se pudre un corazón entre gusanos
que comen de sentimientos oscuros
y empanan los demenciados profanos,
disfrutan de ventrículos maduros...
Tiro el dado, un seis, ha huído la suerte,
se pierde el horizonte en la marea,
van sin remos, en botella, mis penas...
Mi litigio, el idilio ante la muerte,
me encuentro en los brazos de Melibea
pagando en efectivo mis condenas.
Volviendo a continuar
Aquella noche no podía dormir allí, ni mucho menos, así que decidí coger los objetos más valiosos que encontré por la casa, hice la maleta (pues no esperaba regresar en un tiempo) y me puse pies en polvorosa (provincia de Zamora).
Resultaba curioso verme por la calle trajeado con un elegante maletín de la mano izquierda y una maleta de mano granate en la otra. Para que nadie pudiera sospechar, o intentar robarme, me decidí a no coger el metro esta vez. Agarré el Ibiza rojo y me arranqué sin apenas soltar el embrague. Mi destino estaba claro, aquel hotel de Bravo Murillo del que tan bien hablaban unos, y tan mal otros, ¿por qué no dar yo mi opinión? Conducía... conducía..., el paseo se me hacía interminable. No mucho más tarde ya estaba a la puerta; no mucho más tarde, pues miré mi reloj y apenas habían pasado quince minutos. Y mi reloj no se suele equivocar. Me bajé del coche aparcado en doble fila y entré en el hotel bajo las reverencias del botones del hotel. No me gustaba ese trato, así que le dije: "Apárqueme el coche" (previa propina). Botones ahuyentado, me dirigí hacia la recepción: "Necesito una habitación". La recepcionista, una chica simpática, con la sonrisa de oreja a oreja, aunque tengo que reconocer que no demasiado guapa, me mandó rellenar unos papeles, entregarle el DNI... omitiré todos estos pasos, que todo el que haya ido a un hotel conocerá. En resumen, habitación trescientos doce. Subía en el ascensor con una pareja de alemanes, que a pesar de su cara sonrosada y de buena gente, no me inspiraban confianza. Agarré el maletín y dejé caer la maleta al suelo. ¿Estaba delirando? ¿Me importaban más las pertenencias de otra persona que las mías propias? ¿Qué habría dentro del maletín? Todo esto no me gustaba nada... así que en el primer piso, pulsé el botón de apertura automática de las puertas y decidí subir andando a mi habitación. Afortunadamente, no me crucé con nadie. Llegué a la puerta de mi habitación y la miré fijamente, desafiándola... me dispuse a introducir la tarjeta y... ¡rojo! ¿Rojo? ¡Estas nuevas tecnologías me hartan! Por suerte una señora de la limpieza pasaba por allí... así que me abrió. La habitación era bastanta amplia, con un ventanal grande y buenas vistas, cama con la colcha blanca (posiblemente recién estrenada), cuadros elegantes, televisor en el techo... no estaba mal, no... Me tumbé en la cama y empecé a reflexionar. Fue entonces cuando me sonó el móvil con aquel ruidillo estridente que era incapaz de cambiar. Era aquel tipo. "Tiene que llevar el maletín hasta el aeropuerto de Barajas, no lo olvide, no lo abra, no se lo enseñe a nadie..." No me dio tiempo a saludar, despedirme o proferir algún sonido gutural, fue breve, muy breve... además, parecía muy nervioso.
¿Por qué no continuar otra vez?
Resultaba curioso verme por la calle trajeado con un elegante maletín de la mano izquierda y una maleta de mano granate en la otra. Para que nadie pudiera sospechar, o intentar robarme, me decidí a no coger el metro esta vez. Agarré el Ibiza rojo y me arranqué sin apenas soltar el embrague. Mi destino estaba claro, aquel hotel de Bravo Murillo del que tan bien hablaban unos, y tan mal otros, ¿por qué no dar yo mi opinión? Conducía... conducía..., el paseo se me hacía interminable. No mucho más tarde ya estaba a la puerta; no mucho más tarde, pues miré mi reloj y apenas habían pasado quince minutos. Y mi reloj no se suele equivocar. Me bajé del coche aparcado en doble fila y entré en el hotel bajo las reverencias del botones del hotel. No me gustaba ese trato, así que le dije: "Apárqueme el coche" (previa propina). Botones ahuyentado, me dirigí hacia la recepción: "Necesito una habitación". La recepcionista, una chica simpática, con la sonrisa de oreja a oreja, aunque tengo que reconocer que no demasiado guapa, me mandó rellenar unos papeles, entregarle el DNI... omitiré todos estos pasos, que todo el que haya ido a un hotel conocerá. En resumen, habitación trescientos doce. Subía en el ascensor con una pareja de alemanes, que a pesar de su cara sonrosada y de buena gente, no me inspiraban confianza. Agarré el maletín y dejé caer la maleta al suelo. ¿Estaba delirando? ¿Me importaban más las pertenencias de otra persona que las mías propias? ¿Qué habría dentro del maletín? Todo esto no me gustaba nada... así que en el primer piso, pulsé el botón de apertura automática de las puertas y decidí subir andando a mi habitación. Afortunadamente, no me crucé con nadie. Llegué a la puerta de mi habitación y la miré fijamente, desafiándola... me dispuse a introducir la tarjeta y... ¡rojo! ¿Rojo? ¡Estas nuevas tecnologías me hartan! Por suerte una señora de la limpieza pasaba por allí... así que me abrió. La habitación era bastanta amplia, con un ventanal grande y buenas vistas, cama con la colcha blanca (posiblemente recién estrenada), cuadros elegantes, televisor en el techo... no estaba mal, no... Me tumbé en la cama y empecé a reflexionar. Fue entonces cuando me sonó el móvil con aquel ruidillo estridente que era incapaz de cambiar. Era aquel tipo. "Tiene que llevar el maletín hasta el aeropuerto de Barajas, no lo olvide, no lo abra, no se lo enseñe a nadie..." No me dio tiempo a saludar, despedirme o proferir algún sonido gutural, fue breve, muy breve... además, parecía muy nervioso.
¿Por qué no continuar otra vez?
jueves, 4 de octubre de 2007
Continuando... que es gerundio
Tras contarme todo, el hombre se dispuso a marcharse, me entregó un maletín, pero esta vez sí que me estrechó la mano, mi primer ademán fue el de retirársela, como ya antes él había hecho, pero decidí guardar mis malos modales para otro momento. Manos estrechadas, empezó a caminar hacia la puerta. Con la puerta entreabierta y medio cuerpo en la calle, se dio la vuelta y me gritó: "No se le ocurra abrir la maleta ni enseñársela a nadie..." ¿Por qué no podría enseñarsela a nadie ni verla? No soy muy de darle vueltas a la cabeza, así que decidí dejar de hacerme preguntas y hacerle caso. Al fin y al cabo el dinero que estaba percibiendo era suyo. Me dispuse a salir con mi maletín en la mano; la camarera me llamó mi atención: "¿Caballero, a dónde cree usted que va?" ¡No me había acordado!, tenía que pagar... así lo hice.
Decidí coger el metro en Puerta del Sol, realmente no es que mi casa, en la calle de Relatores (cerca de Tirso de Molina), quedara muy lejos de allí, pero no me apetecía gastar la suela de los zapatos. Allí en el metro desconfiaba de todo el mundo, desconfiaba del rumano que tocaba el acordeón, de la señora embarazada que llevaba a su hijo en brazos, del ciego que pululaba de un lado a otro... nada era de fiar, la maleta me hacía más escéptico, más subversivo... era como un frío y calculador francotirador. O yo, o yo. Llegué por fin a Tirso de Molina y bajé, salí de la estación, con los ojos puestos en cualquiera que por allí pasara, un inmigrante, me atrevería a decir que hindú, se me quedó mirando, así que me apresuré en marcharme de allí. Mi maleta me estaba haciendo perder el juicio. Por la calle, más de lo mismo, me aferraba a mi maletín, como el niño que se agarra a su osito de peluche para conciliar el sueño, intentando evitar que nadie se lo quite. Pero el tacto del cuero, no me daba ningún cariño, más bien todo lo contrario. Me corroía la intriga, pero a la vez el miedo. ¿Por qué habría aceptado el trato...?
Llegué a mi portal, intentando evitar las miradas indiscretas de mis vecinos, y en especial de la portera, doña Engracia. "Buenos días, doña Engracia, perdone que no me pare, pero tengo un poco de prisa". Me imagino que se quedaría sorprendida, porque siempre suelo pararme a departir con ella y no suelo ir vestido de punta en blanco y con un maletín bajo el brazo. Subí a mi piso, no me fiaba del ascensor, así que opté por darle vida a mis apoltronadas piernas. Pero al llegar a la puerta, descubrí que no había puerta tal y como la conocemos. Sí, el hueco seguía ahí, pero no así la madera... alguien estaba buscando algo...
Seguirá continuando.
Decidí coger el metro en Puerta del Sol, realmente no es que mi casa, en la calle de Relatores (cerca de Tirso de Molina), quedara muy lejos de allí, pero no me apetecía gastar la suela de los zapatos. Allí en el metro desconfiaba de todo el mundo, desconfiaba del rumano que tocaba el acordeón, de la señora embarazada que llevaba a su hijo en brazos, del ciego que pululaba de un lado a otro... nada era de fiar, la maleta me hacía más escéptico, más subversivo... era como un frío y calculador francotirador. O yo, o yo. Llegué por fin a Tirso de Molina y bajé, salí de la estación, con los ojos puestos en cualquiera que por allí pasara, un inmigrante, me atrevería a decir que hindú, se me quedó mirando, así que me apresuré en marcharme de allí. Mi maleta me estaba haciendo perder el juicio. Por la calle, más de lo mismo, me aferraba a mi maletín, como el niño que se agarra a su osito de peluche para conciliar el sueño, intentando evitar que nadie se lo quite. Pero el tacto del cuero, no me daba ningún cariño, más bien todo lo contrario. Me corroía la intriga, pero a la vez el miedo. ¿Por qué habría aceptado el trato...?
Llegué a mi portal, intentando evitar las miradas indiscretas de mis vecinos, y en especial de la portera, doña Engracia. "Buenos días, doña Engracia, perdone que no me pare, pero tengo un poco de prisa". Me imagino que se quedaría sorprendida, porque siempre suelo pararme a departir con ella y no suelo ir vestido de punta en blanco y con un maletín bajo el brazo. Subí a mi piso, no me fiaba del ascensor, así que opté por darle vida a mis apoltronadas piernas. Pero al llegar a la puerta, descubrí que no había puerta tal y como la conocemos. Sí, el hueco seguía ahí, pero no así la madera... alguien estaba buscando algo...
Seguirá continuando.
martes, 2 de octubre de 2007
Planes irreales
Entré en el bar, emplazado en plena Plaza Mayor de Madrid, aunque quizá por el olor que salía de dentro, no debería ser éste su lugar... camino lentamente entre las mesas casi pegando con sus esquinas y llegué a una mesa situada casi al fondo del local. La mesa no estaba mal, era amplia, aunque tenía al lado un grupo de viejecitas que no paraban de chismorrear. "Pues mi hijo está haciendo el servicio militar en Ceuta" decía una. "¿Qué me dices?" contestaba, asombrada, otra. Y así, un diálogo sin aparente interés del que pronto levanté los oídos. En cuanto a mi mesa, era de mármol, se veía bastante sólida y tenía un aire "manuelino", bastante recargada. Una camarera bastante poco agraciada y con cara de no ser este el trabajo que ella deseaba me preguntó que qué quería. Pedí un café, aunque no muy seguro de ello. Esperaba a mi interlocutor, pero éste no aparecía. Así que comencé a tomar el café sin esperar a su llegada. Me fijé en las paredes, estaban repletas de cuadros, cuadros ajados y posiblemente, sin ser tasador, afirmaría que de escaso valor. La gran mayoría siquiera conjuntaba con el verde pálido y saltado por algunas partes de la pared. Parecía que el local no podía reportarme mucho interés, así que decidí empezar a sorber mi café. Momentos después sonó mi móvil, las viejecitas de al lado me miraron con cara de pocos amigos, pues había interrumpido su conversación. Así que decidí salir fuera a hablar, pero la camarera me echó una mirada de pocos amigos, pensando en que me iría sin pagar, así que contesté al teléfono sin saber quién era con un "Luego te llamo". No pretendía hacerlo. Tan sólo me interesaba su llegada para poder marcharme de aquel antro. El tiempo pasaba, el borracho de tres mesas más allá apuraba una botella de güisqui, las viejecitas seguían con su conversación, y yo... yo seguía esperando... ¡Maldita sea! ¿Dónde se habrá metido este hombre? Fue en ese momento cuando se abrió la puerta y asomó la silueta de un hombre con gabardina, alto, buena percha, barbilampiño... sí, debía de ser ese. Se me acercó y le hice un gesto de estrecharle la mano. No lo aceptó. Se sentó, pidió una copa de coñac y empezó a contarme sus planes. Todo iba a ser sencillo. Según dijo, el trabajo estaría bien pagado, así que no dudé en pedirle que continuara, ese dinero me sería muy útil para mis planes de futuro. No me asustaba el riesgo...
Continuará...
Continuará...
lunes, 1 de octubre de 2007
El libro, la pequeña herejía del siglo XXI
Fotografía tomada el 1-10-2007; Un libro en mi escritorio
Puede que el término herejía sea algo más propio del Antiguo Régimen francés, de Inquisiciones y Galileos..., pero para definir este caso, debo volver a su uso.
Se trata del fenómeno social, y que no para de crecer y extenderse a las nuevas generaciones, de rehuír al papel escrito. Esos papeles numerados por páginas que narran una historia (normalmente interesante, aunque como dice nuestra amiga madrileña, de vez en cuando Camilo José Cela eso se lo pasaba por el forro...) con sus ambientes, personajes, costumbres... ¿Qué han hecho estos escritores a los jóvenes? ¿La palabra es nociva? Como ya comentaba en el corto artículo en que contrastaba una imagen y una palabra, son los medios de comunicación. Problema. En estos tiempos que corren leer un libro no es bueno, te trastorna, cuando siempre había sido lo contrario, si exceptuamos a don Quijote (aunque teniendo en cuenta que es un personaje ficticio, es lógico). Desde Cervantes, pasando por Larra hasta Delibes o incluso más actuales. Siempre el ocio ha sido la lectura. ¿Qué es ahora? La televisión, el botellón (otro tema a debatir, el alcohol en la actualidad...)... ¿Qué ha sido de la cultura? ¿Es que Dios la ha guardado en el cajón de su mesilla y la ha quitado de nuestro alcance? Esto ya es cosa nuestra, de las tecnologías, es demasiado esfuerzo hacer algo sin ayuda de los "ceros y unos". Empezando por el vocabulario, que se debe haber quedado abandonado en una zanja en mitad del campo, pasando por la ortografía y la sintaxis y terminando con la cultura en general. Cultura que de vez en cuando puede proporcionar un libro. Y no me refiero a "Mortadelo y Filemón" (como cómic español) o "Mafalda" (como argentino), aunque el humor de vez en cuando tampoco está de más. Y existe el concepto erróneo de que todos los libros cuentan historias irrelevantes y aburridas, no es así. Un libro cuenta muchas historias, y no todos son iguales. Pasando por la novela policiaca, la amorosa, la de misterio y aventuras... no está tan mal.
Puesto a la práctica, ¿qué pasa cuando dices, "he leído un libro"? La cara de tu oyente puede ser un verdadero "Cristo" y un crisol (refiriéndose a una gran cantidad) de muecas. No se lleva, no. En cambio, si cambias un poco las palabras: "he ido a un botellón". Cambia la categoría de una forma para dejar boquiabierto al menos impresionable. Un libro es una fuente inagotable de cosas por descubrir, y sólo se descubre leyendo, en un botellón, no se aprende lo mismo, e incluso son compatibles. No me refiero a leer en un botellón (porque las condiciones visuales al rato no son muy adecuadas), pero sí alternar (¡no en un club, guarretes!).
Desde aquí comienza la campaña para introducir la lectura de los jóvenes. Y como joven que soy, me pongo como ejemplo de que se puede ser divertido y sociable y leer. La cultura no es mala, ni siquiera puede ser amenazada de guillotina.
Para concluír escribo unos versos:
Era un trozo de papel abandonado
que la suerte ha olvidado en la sombra,
no quería cumplir la casta de "intocable"
pero la escuela no escuchó su legado...
¡A leer!
Se trata del fenómeno social, y que no para de crecer y extenderse a las nuevas generaciones, de rehuír al papel escrito. Esos papeles numerados por páginas que narran una historia (normalmente interesante, aunque como dice nuestra amiga madrileña, de vez en cuando Camilo José Cela eso se lo pasaba por el forro...) con sus ambientes, personajes, costumbres... ¿Qué han hecho estos escritores a los jóvenes? ¿La palabra es nociva? Como ya comentaba en el corto artículo en que contrastaba una imagen y una palabra, son los medios de comunicación. Problema. En estos tiempos que corren leer un libro no es bueno, te trastorna, cuando siempre había sido lo contrario, si exceptuamos a don Quijote (aunque teniendo en cuenta que es un personaje ficticio, es lógico). Desde Cervantes, pasando por Larra hasta Delibes o incluso más actuales. Siempre el ocio ha sido la lectura. ¿Qué es ahora? La televisión, el botellón (otro tema a debatir, el alcohol en la actualidad...)... ¿Qué ha sido de la cultura? ¿Es que Dios la ha guardado en el cajón de su mesilla y la ha quitado de nuestro alcance? Esto ya es cosa nuestra, de las tecnologías, es demasiado esfuerzo hacer algo sin ayuda de los "ceros y unos". Empezando por el vocabulario, que se debe haber quedado abandonado en una zanja en mitad del campo, pasando por la ortografía y la sintaxis y terminando con la cultura en general. Cultura que de vez en cuando puede proporcionar un libro. Y no me refiero a "Mortadelo y Filemón" (como cómic español) o "Mafalda" (como argentino), aunque el humor de vez en cuando tampoco está de más. Y existe el concepto erróneo de que todos los libros cuentan historias irrelevantes y aburridas, no es así. Un libro cuenta muchas historias, y no todos son iguales. Pasando por la novela policiaca, la amorosa, la de misterio y aventuras... no está tan mal.
Puesto a la práctica, ¿qué pasa cuando dices, "he leído un libro"? La cara de tu oyente puede ser un verdadero "Cristo" y un crisol (refiriéndose a una gran cantidad) de muecas. No se lleva, no. En cambio, si cambias un poco las palabras: "he ido a un botellón". Cambia la categoría de una forma para dejar boquiabierto al menos impresionable. Un libro es una fuente inagotable de cosas por descubrir, y sólo se descubre leyendo, en un botellón, no se aprende lo mismo, e incluso son compatibles. No me refiero a leer en un botellón (porque las condiciones visuales al rato no son muy adecuadas), pero sí alternar (¡no en un club, guarretes!).
Desde aquí comienza la campaña para introducir la lectura de los jóvenes. Y como joven que soy, me pongo como ejemplo de que se puede ser divertido y sociable y leer. La cultura no es mala, ni siquiera puede ser amenazada de guillotina.
Para concluír escribo unos versos:
Era un trozo de papel abandonado
que la suerte ha olvidado en la sombra,
no quería cumplir la casta de "intocable"
pero la escuela no escuchó su legado...
¡A leer!
Visita inesperada
Esta mañana, no sé por qué, pero me ha dado un ataque de mirar por la ventana. Esta fotografía ilustra lo que se puede ver desde ella. Mis casi recién estrenadas macetas, están sufriendo ya algún que otro efecto del frío y están perdiendo la viveza que traían al comprarlas. Los árboles están empezando a perder sus hojas, y las que aún siguen en pie, no guardan el color verde vivo que se deja ver todos los veranos. La calzada está mojada, al igual que las aceras, y más de un peatón recurre a los paragüas, aunque parezca que de momento el temporal no arrecia. El cielo es todo nubes. Los edificios parecen mucho más señoriales con este clima. Parece que en vez de estar viviendo en Salamanca estuviera viviendo en una ciudad de mucho más prestigio, además de más al Norte. Quizá Santander, Oviedo... Pero esta piedra de Villamayor (así se llama la piedra de aquí) da un toque de elegancia y prestancia, además de una solidez impensable.
Pero es entonces cuando me doy cuenta de algo: tenemos una visita inesperada y, para algunos, bastante inoportuna. Octubre viene a visitarnos. Ya se nos acabó ese mes de septiembre, el mes de las moras, aún descriptible como verano... y llega octubre. ¡Qué mes más triste! Es un mes básicamente otoñal, las hojas se caen, hay abundantes lluvias... no es uno de los meses más queridos, no... Pero llega y nadie lo puede evitar (¡Quién tuviera ese poder!). Aguantaremos con resignación cristiana, mirando por la ventana y viendo lo mismo que veo yo; la alegría casi perdida. ¿Pero por qué eso? La alegría debería permaneces también durante este mes, la apatía es algo que no puede con nuestra mente.
Por eso, seamos felices, que el tiempo no influya sobre nosotros y bienvenido, octubre.
Pero es entonces cuando me doy cuenta de algo: tenemos una visita inesperada y, para algunos, bastante inoportuna. Octubre viene a visitarnos. Ya se nos acabó ese mes de septiembre, el mes de las moras, aún descriptible como verano... y llega octubre. ¡Qué mes más triste! Es un mes básicamente otoñal, las hojas se caen, hay abundantes lluvias... no es uno de los meses más queridos, no... Pero llega y nadie lo puede evitar (¡Quién tuviera ese poder!). Aguantaremos con resignación cristiana, mirando por la ventana y viendo lo mismo que veo yo; la alegría casi perdida. ¿Pero por qué eso? La alegría debería permaneces también durante este mes, la apatía es algo que no puede con nuestra mente.
Por eso, seamos felices, que el tiempo no influya sobre nosotros y bienvenido, octubre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)